Despertando del Sueño del Meme (*)

Dharma, No 1, 2005, p 21-9

Susan Blackmore (**)  

(translated by Vicente Carbona, from Blackmore 1999)


¡Despierta! ¡Despierta!  

Errrr, ummmm, grrrrggr. Vale, ya estoy despierta. ¡Jo, qué sueño tan raro! Realmente pensaba que tenía que escapar de la zona urbanizada, y era terriblemente importante llegar a tiempo a la despensa. ¡Qué tontería! Claro, ahora veo que no era real en absoluto.

¡Despierta! ¡Despierta!

¿A qué te refieres con “despierta”? Ya estoy despierta. Esto es real. Esto importa de verdad. No puedo despertarme más. ¡Lárgate!

¡Despierta! ¡Despierta!

Pero no lo entiendo. ¿De qué? ¿Y cómo?

Estas son las preguntas que quiero tratar de responder. ¿De qué debemos despertar? ¿Y cómo? Mis respuestas serán “Del sueño del meme” y “Viendo que es un sueño del meme”. ¡Pero explicarlo puede llevarme algún tiempo!

 

La idea de que la vida normal despierta es un sueño o una ilusión tiene una larga historia en las tradiciones religiosas y espirituales. Esto no tiene sentido para quien mira a su alrededor y está convencida de que ahí fuera hay un mundo real y un yo que lo percibe. Sin embargo, hay numerosas claves que indican que esta visión ordinaria es falsa.

 

Algunas claves provienen de las experiencias místicas espontáneas en las que la gente “¡ve la luz!”, se dan cuenta de que todo es uno, y “van más allá del yo” para ver el mundo “tal como es realmente”. Sienten con certeza que la nueva manera de ver es mejor y más veraz que la antigua (aunque, por supuesto, ¡podrían estar equivocados!).

 

Otras claves provienen de la práctica espiritual. Probablemente lo primero que cualquiera descubre cuando trata de meditar, o ser consciente, es que su mente está constantemente llena de pensamientos. Típicamente, éstos no suelen ser pensamientos sabios o maravillosos, ni siquiera útiles y productivos, sino mero parloteo infinito. Desde lo realmente trivial hasta lo emocionalmente comprometedor, siguen sin parar. Y lo que es más, prácticamente todos “me” involucran. De ahí a preguntarse quién es este yo que tanto sufre, y por qué “yo” no puedo detener los pensamientos, hay un pequeño paso.

 

Finalmente, llegan claves desde la ciencia. La conclusión más obvia (y espeluznante) de la neurociencia moderna es que, simplemente, no hay nadie dentro del cerebro. Cuanto más aprendemos sobre cómo funciona el cerebro, menos parece necesitar un controlador central, un enanito en su interior, alguien que toma decisiones o experimenta experiencias. Éstas son ficciones, parte del cuento que el cerebro se cuenta a sí mismo sobre el yo interior (Churchland y Sejnowski, 1992; Denté, 1991).

 

Algunos dicen que no tiene sentido tratar intelectualmente de comprender asuntos espirituales. Discrepo. Es verdad que la comprensión intelectual no es igual que el entendimiento, pero esto no significa que sea inútil. En mi propia tradición de práctica, el zen, hay mucho espacio para el empeño intelectual; por ejemplo, en el cultivo de la “mente que no sabe”, o en el trabajo con koans. Puedes llevar una cuestión a tal estado de confusión intelectual que puede tenerse, sostenerse, en toda su complejidad y simplicidad. Como “¿Quién soy yo?”, “¿Qué es esto?” o (uno con el que me he peleado) “¿Qué te dirige?”

 

Existe también un terrible peligro al rechazar ser intelectual sobre cuestiones espirituales. Es decir, podemos divorciar nuestra práctica espiritual de la ciencia de la que toda nuestra sociedad depende. Si esta sociedad va a tener alguna profundidad espiritual, debe cuadrar felizmente con nuestra creciente comprensión del funcionamiento del cerebro y la naturaleza de la mente. No podemos permitirnos tener un mundo en el que los científicos comprenden la mente, y otro en el que gente especial se ilumina.

 

De modo que no me disculpo por mi enfoque. Voy a intentar responder a mis preguntas usando la mejor ciencia que puedo encontrar. Parecemos vivir en un revoltijo que creemos que le importa a un yo que no existe. Quiero averiguar por qué.

 

La Peligrosa Idea de Darwin

 

Existe una idea científica que, en mi opinión, supera a las demás. Es exquisitamente simple y bella. Explica los orígenes de todas las formas de vida y de todo diseño biológico. Descarta la necesidad de Dios, de un diseñador, de un plan maestro o de un propósito en la vida. Sólo a la luz de esta idea cobra algún sentido la biología. Es, por supuesto, la idea de Darwin de la evolución por selección natural.

 

Las implicaciones de la selección natural son tan profundas que la gente se ha visto asombrada o enfurecida, fascinada o ultrajada, desde que fue propuesta en 1859 en El origen de las especies. Esta es la razón por la que Dennet (1995) la llama “La peligrosa idea de Darwin”. Tristemente, mucha gente ha malinterpretado la idea y, lo que es peor, la ha usado para defender doctrinas políticas indefendibles que no tienen nada que ver con el darwinismo. Espero por tanto que me perdonen si empleo algún tiempo en explicarla tan claramente como puedo.

 

Todo lo que necesitas para que la selección natural comience es un replicador en un entorno apropiado. Un replicador es algo que se copia a sí mismo, aunque no siempre perfectamente. El entorno debe ser capaz de permitir al replicador crear numerosas copias de sí mismo, aunque no todas puedan sobrevivir. Eso es todo.

 

¿Puede realmente ser tan simple? Sí. Todo lo que ocurre es ésto: en cualquier generación replicada, no todas las copias son idénticas y algunas son más capaces de sobrevivir en ese entorno que otras. Consiguientemente, hacen más copias de sí mismas y ese tipo de copia se convierte en el más numeroso. Entonces las cosas empiezan a complicarse, claro. La población de copias en rápida expansión comienza a alterar el entorno y eso cambia las presiones de selección. Variaciones locales en el entorno significan que diferentes tipos de copias se las arreglarán mejor en distintos lugares y así surge más complejidad. De este modo el proceso puede producir todos los tipos de complejidad organizada que observamos en el mundo vivo; y, sin embargo, todo lo que necesita es este proceso sencillo, elegante, bello y obvio: la selección natural.

 

Para concretar algo más, imaginemos un caldo primigenio en el que ha surgido un simple replicador químico. Llamaremos a los replicadores “motas”. Estas motas, gracias a su constitución química, hacen simplemente copias de sí mismas cuando encuentran los compuestos químicos adecuados. Ahora las ponemos en una rica ciénaga química y comienzan a copiarse, aunque con errores ocasionales. Pasan unos millones de años y hay muchos tipos de motas. Las que requieren mucho cieno han agotado los suministros y están decayendo, por lo que ahora el tipo que puede usar, digamos, isocieno, sobrevive mejor. Pronto hay diversas zonas en las que diferentes compuestos químicos predominan y aparecen diferentes tipos de motas. La competencia por los compuestos químicos del cieno se recrudece y la mayoría de las copias muere. Sólo aquellas que, por alguna rara casualidad, resultan tener nuevas y hábiles propiedades, siguen replicándose.

 

Las propiedades hábiles podrían incluir la capacidad de moverse en el entorno para encontrar el cieno, atrapar un isocieno3-7 y fijarse a él, o construir una membrana alrededor de sí misma. Cuando aparecen las motas con membranas, empezarán a imponerse sobre las motas flotantes y se producen las super-motas.

 

Pasan otros millones de años y se descubren trucos tales como admitir a otras motas en el interior de la membrana, o la unión de varias super-motas. Aparecen super-mega-motas, como los animales pluricelulares, con suministros propios de energía y partes especializadas que les permiten moverse y protegerse. Sin embargo, estos resultan ser sólo comida para super-mega-motas todavía más grandes. Solo es cuestión de tiempo hasta que una variación aleatoria, junto con la selección natural, produzcan un vasto mundo vivo. En el proceso, se han creado y han muerto billones y billones de motas fracasadas, pero un proceso lento y ciego como este produce resultados. “Resultados” en nuestro planeta incluyen bacterias y plantas, peces y ranas, ornitorrincos, y nosotros mismos.

 

El diseño aparece de la nada. No se necesita un creador o un plan maestro, y ningún destino final hacia el cual la creación se esté encaminando. Richard Dawkins (1996) lo llama “Escalada al monte improbable”. No es más que un proceso sencillo pero inexorable, en el que se crean cosas increíblemente improbables.

 

Es importante recordar que la evolución no tiene previsión y por tanto no produce necesariamente la “mejor” solución. La evolución sólo puede proceder desde donde se encuentra ahora. Por esta razón, entre otras, tenemos un diseño de ojos tan raro, con todas las neuronas saliendo por la retina y tapando la luz. Una vez que la evolución se encaminó hacia este tipo de ojo, le tocó bregar con él. No había ningún creador para decir “Oir, empecemos de nuevo, pongamos los cables por detrás“. Ni había un creador que dijera “Venga, vamos a hacerlo divertido para los humanos”. A los genes simplemente no les importa.

 

Comprendiendo el fantástico proceso de la selección natural podemos ver cómo nuestros cuerpos humanos llegaron a ser como son. Pero, ¿y nuestras mentes? La psicología evolutiva no responde fácilmente a mis preguntas.

 

Por ejemplo, ¿por qué pensamos sin parar? Desde un punto de vista genético esto parece extremadamente despilfarrador, y los animales que malgastan energía no sobreviven. El cerebro usa alrededor del 20% de la energía del cuerpo mientras que pesa sólo el 2%. Si pensáramos pensamientos útiles, o resolviéramos problemas relevantes, tendría algún sentido, pero en general no parece que lo hagamos. Entonces, ¿por qué no podemos simplemente sentarnos y no pensar?

 

¿Por qué creemos en un yo que no existe? Alguien quizás podrá explicarlo en términos evolutivos, pero al menos en la superficie parece inutil. ¿Por qué construir una idea falsa del yo, con todos sus mecanismos en defensa de la autoestima y el miedo a fracasar y perder, cuando desde un punto de vista biológico es el cuerpo el que necesita protección? Obsérvese que si pensáramos en nosotros mismos como un organismo único, no habría problema, pero no lo hacemos; antes bien parecemos creer en un yo separado; algo que domina al cuerpo; algo que debe ser protegido de por sí. Apuesto a que si te preguntara “¿Cual preferirías perder, tu cuerpo o tu mente?”, no te tomaría mucho tiempo decidir.

 

Como a muchos otros científicos, me encantaría encontrar un principio tan simple, tan bello y tan elegante como la selección natural, para explicar la naturaleza de la mente.

 

Creo que hay uno. Está estrechamente relacionado con la selección natural. Aunque existe ya unos veinte años, hasta ahora no ha sido utilizado completamente. Es la teoría de los memes.

 

Una Historia Breve del Meme Meme

 

En 1976, Richard Dawkins escribió el que es probablemente el libro más popular hasta ahora sobre la evolución, El gen egoísta. El libro le daba un nombre pegadizo a la teoría de que la evolución procede totalmente a favor de los replicadores egoístas. Es decir, la evolución ocurre no por el bien de las especies, no por el bien del grupo, ni siquiera por el bien del organismo individual. Es todo por el bien de los genes. Los genes exitosos se propagan y aquellos que no lo son, no lo hacen. Lo demás es todo consecuencia de este hecho.

 

Por supuesto, el replicador principal que consideraba era el gen, una unidad de información codificada en el ADN y leída en la síntesis de proteínas. Sin embargo, al final mismo del libro, afirma que existe otro replicante en este planeta: el meme.

 

El meme es una unidad de información (o instrucción conductual) almacenada en un cerebro y transmitida por imitación de un cerebro a otro. Dawkins daba como ejemplos: las ideas, las melodías, las teorías científicas, las creencias religiosas, las modas, y habilidades tales como nuevas formas de hacer una cerámica o construir arcos arquitectónicos.

 

Las implicaciones de esta idea son asombrosas y Dawkins explicó algunas de ellas en detalle. Si los memes son realmente replicadores, se comportarán inevitablemente de manera egoísta. Es decir, los que sean capaces de propagarse se propagarán, y los que no lo son, no. Por consiguiente, el mundo de las ideas, o la memosfera, no se llenará con las ideas mejores, más verdaderas, más esperanzadoras o útiles, sino con las ideas supervivientes. Los memes son sólo supervivientes, como los genes.

 

En el proceso de sobrevivir, igual que los genes, crearán grupos de memes de apoyo mutuo. Recuérdese a las motas. En unos millones de años empezaron a unirse en grupos porque las que se agrupaban sobrevivían mejor que las solitarias. Los grupos se hicieron más grandes y mejores, y de ello evolucionó un complejo ecosistema. En el mundo real de la biología, los genes se han agrupado para crear enormes criaturas que entonces se aparean y perpetúan los grupos. De manera similar, los memes pueden agruparse en los cerebros humanos y llenar el mundo de las ideas con sus productos.

 

Si esta visión es correcta, entonces los memes deberían ser capaces de evolucionar independientemente de los genes (aparte de necesitar un cerebro). Ha habido muchos intentos de estudiar la evolución cultural, pero la mayoría de ellos tratan implícitamente a las ideas (o memes) como subordinadas a los genes (ver, por ejemplo, Cavalli-Sforza y Feldman, 1981; Crook, 1995; Durham, 1991; Lumsden y Wilson, 1981). Si aceptamos que los memes son replicadores, podemos ver que funcionan pura y simplemente por su propio interés. Claro, en cierta medida, los memes tendrán éxito si son útiles para sus anfitriones, pero esta no es la única forma de que un meme sobreviva, y pronto veremos algunas consecuencias de esto.

 

Desde que sugirió por primera vez la idea de los memes, Dawkins ha discutido la propagación de comportamientos tales como vestir gorras de baseball hacia atrás (¡mis hijos acaban de volver las suyas hacia delante de nuevo!), el uso de distintivos especiales de ropa para identificarse las pandillas, y (más conocidamente) el poder de las religiones. Las religiones son, de acuerdo con Dawkins (1993), gigantes complejos de memes coadaptados, esto es, grupos de memes que andan juntos en apoyo mutuo y por lo cual sobreviven mejor de lo que podrían hacerlo los memes solitarios. Otros complejos de memes incluyen: los cultos, los sistemas políticos, los sistemas de creencia alternativa, y las teorías y paradigmas científicos.

 

Las religiones son especiales porque se valen prácticamente de casi todo meme-ardid clásico (lo cual es presumiblemente la razón por la que duran tanto e infectan tantos cerebros). Piénsese de este modo. La idea del infierno es inicialmente útil porque el miedo al infierno refuerza el comportamiento social deseable. Ahora añádase la idea de que los incrédulos van al infierno, y el meme y cualquiera de sus compañeros están bien protegidos. La idea de Dios es un meme de compañerismo natural, mitigando el miedo y proporcionando confort (espurio). La  propagación del complejo de memes es apoyada por exhortaciones para convertir a los demás y por trucos tales como el celibato sacerdotal. El celibato es un desastre para los genes, pero ayudará a difundir los memes porque un monje célibe dispone de más tiempo para promocionar su fe.

 

Otro truco es valorar la fe y suprimir la duda que conduce a todo niño a hacer preguntas difíciles como “¿Dónde está el infierno?” y “¿Si Dios es tan bueno por qué torturaron a esas personas?” Obsérvese que la ciencia (y algunas formas del budismo) hacen lo opuesto y alientan la duda.

 

Finalmente, una vez has sido infectado por estos complejos de memes, es difícil desprenderse de ellos. Si intentas desecharlos, algunos incluso se protegen con amenazas desesperadas de muerte, excomunión, o de que arderás por toda la eternidad en el fuego del infierno.

 

No debo pasarme de rosca. El punto que deseo señalar es que estos memes religiosos no han sobrevivido durante siglos porque son verdaderos, porque son útiles para los genes, o porque nos hacen felices. De hecho, creo que son falsos y responsables de las peores miserias de la historia humana. No, han sobrevivido porque son memes egoístas y son capaces de sobrevivir exitosamente. No necesitan otra razón.

 

Cuando empiezas a pensar de este modo, se te abre una perspectiva verdaderamente aterradora. Todos nos hemos acostumbrado a pensar de nuestros cuerpos como organismos biológicos creados por la evolución. Pero todavía nos gusta pensar de nosotros mismos como algo más. Controlamos nuestros cuerpos, dirigimos el espectáculo, decidimos qué ideas creemos y cuáles rechazamos. ¿Pero lo hacemos realmente? Si pensamos en los memes egoístas, es evidente que nuestras ideas están en nuestra cabeza porque son memes exitosos. El filósofo americano Dan Dennett (1995) alega que una “persona” es un tipo particular de animal, infectado por memes. En otras palabras, tú y yo y todos nuestros amigos somos el producto de dos replicadores ciegos: los genes y los memes.

 

Encuentro estas ideas absolutamente asombrosas. Potencialmente podríamos ser capaces de comprender toda la vida mental en términos de competición entre memes, igual que podemos comprender toda la vida biológica en términos de competición entre genes.

 

Lo que quiero hacer ahora, finalmente, es aplicar el concepto de la memética a las preguntas que hice al principio. ¿De qué nos estamos despertando y cómo lo hacemos?

 

¿Por qué tengo la cabeza tan llena de pensamientos?

 

Esta pregunta tiene una respuesta ridículamente fácil una vez empiezas a pensar en términos meméticos. Si un meme ha de sobrevivir, necesita ser almacenado en un cerebro humano y propagado concretamente a más cerebros. Un meme que se oculta profundamente en la memoria y nunca reaparece, simplemente desaparecerá. Un meme que se distorsiona en la memoria o en la transmisión, también desaparecerá. Para el meme, una manera simple de asegurar su supervivencia es ser ensayado repetidamente dentro de tu cabeza.

 

Consideremos dos melodías distintas. Una es difícil de cantar, hasta cuando te la cantas a tí mismo. La otra es una tonada pegadiza que casi no puedes evitar tararear. Y no paras de entonarla. Se repite una y otra vez. La próxima vez que te apetece cantar en voz alta, es probable que esta melodía sea la más elegida. Y si alguien te escucha, también se le pegará. Así logra el éxito, y por eso el mundo está tan lleno de terribles melodías pegadizas y jingles publicitarios.

 

Pero existe otra consecuencia. Nuestros cerebros también se saturan de ellos. Estos memes exitosos saltan de persona en persona, llenando las mentes de sus anfitriones a su paso. De este modo todas nuestras mentes se llenan más y más.

 

Podemos aplicar la misma lógica a otros tipos de meme. Las ideas que dan vueltas en tu cabeza tendrán éxito. No sólo las recordarás, sino que la próxima vez que hables con alguien serán las ideas que tienes presentes y las propagarás. Llegarán a esta posición porque están cargadas de emoción, son ilusionantes, fácilmente memorables o relevantes para tus preocupaciones actuales. No importa cómo lo hacen. La cuestión es que los memes que consiguen ser repetidos, generalmente se impondrán sobre los que no lo logran. Cualquier intento de vaciar la mente crea simplemente más capacidad de procesamiento para que otros memes se agarren.

 

Esta simple lógica explica por qué nos es tan difícil sentarnos y “no pensar”; por qué la batalla por dominar “nuestros” pensamientos está condenada al fracaso. En un sentido muy real no son en absoluto “nuestros” pensamientos. Resultan ser simplemente los memes que explotan exitosamente nuestra maquinaria cerebral en este momento.

 

Esto suscita la difícil pregunta de quién está pensando o no pensando. ¿Quién batallará contra los memes egoístas? En otras palabras, ¿quién soy yo?

 

¿Quién soy yo?

 

Supongo que a estas alturas sospecháis la que va a ser mi respuesta a todo esto. No somos más que complejos de memes coadaptados. Nosotros, nuestros preciosos y míticos “yo”, son sencillamente grupos de memes egoístas que se han juntado por y para sí mismos.

 

Esta es una idea verdaderamente asombrosa, y desde mi propia experiencia, cuanto mejor se comprende, más fascinante y extraña parece. Desmantela nuestra forma ordinaria de pensar sobre nosotros mismos y suscita curiosas preguntas sobre la relación entre nosotros y nuestras ideas. Para comprenderlo necesitamos pensar sobre cómo y por qué los memes se juntan en grupos.

 

Igual que sucede con las motas o los genes, los memes en grupo están mejor protegidos que los memes que van a su bola. Una idea firmemente incrustada en un complejo de memes tiene más probabilidad de sobrevivir en la memosfera que una idea aislada. Esto puede ser así porque las ideas dentro de grupos de memes son traspasadas conjuntamente (por ejemplo cuando alguien se convierte a una fe, teoría o credo político), obtienen apoyo mutuo (por ejemplo, si odias la economía de libre mercado es más probable que favorezcas un Estado del bienestar generoso), y se protegen entre sí contra la destrucción. Si no lo hicieran, no perdurarían y no estarían entre nosotros. ¡Todos los complejos de memes que nos encontramos son los exitosos!

 

Como la religión, la astrología es un complejo memético exitoso. La idea de que los Leo se llevan bien con los Acuario es improbable que sobreviva por sí misma, pero como parte de la astrología es fácil de recordar y de propagar. La astrología tiene un evidente atractivo que entra en tu cerebro en primer lugar; proporciona una agradable (aunque espuria) explicación de las diferencias humanas y un cómodo (aunque falso) sentido de previsibilidad. Es fácilmente ampliable (¡puedes continuar añadiendo nuevas ideas eternamente!) y es altamente resistente a ser invalidada por la evidencia. De hecho, los resultados de cientos de experimentos demuestran que las afirmaciones de la astrología son falsas, si bien esto aparentemente no ha reducido un ápice la creencia en ella (Dean, Mather y Nelly, 1996). Claramente, una vez que crees en la astrología es trabajo difícil desarraigar todas las creencias y encontrar alternativas. Puede no valer la pena el esfuerzo. Por tanto, todos nos convertimos en anfitriones inconscientes de un enorme bagaje de complejos meméticos inútiles e incluso perjudiciales.

 

Uno de estos es mi yo.

 

¿Por qué digo que el yo es un complejo de memes? Porque funciona del mismo modo que otros complejos de memes. Como ocurre con la astrología, la idea del “yo” tiene una buena razón inicial para verse instalada. Una vez se instala, los memes incluidos en el complejo se apoyan mutuamente, pueden seguir añadiéndose casi infinitamente, y el complejo entero es resistente a la evidencia de que es falso.

 

Primero, la idea del yo tiene que aparecer. Imagínese una criatura altamente social e inteligente sin lenguaje. Necesitará un sentido del yo para predecir el comportamiento de los demás (Humphrey, 1986) y para saber cómo bregar con la propiedad, la decepción, las amistades y las alianzas (Crook, 1980). Con este sentido claro del yo podrá saber que su hija está siendo acosada por una mujer de rango superior y dará pasos para protegerla, aunque carezca del lenguaje para pensar “creo que mi hija tiene miedo … etc.”. Es con el lenguaje cuando los memes se disparan, y con el lenguaje aparece el auténtico “yo”. Muchos memes sencillos pueden entonces juntarse para crear “mis” creencias, deseos y opiniones.

 

Como ejemplo, consideremos la idea de las diferencias de habilidad basadas en género. Como idea abstracta (o meme aislado), es improbable que perdure. Pero démosle ésta forma: “Creo en la igualdad de género” y de repente tiene de apoyo el enorme peso del “yo”. “Yo” lucharé por esta idea como si estuviera siendo amenazada. Podré discutir con amigos, escribir artículos de opinión, o participar en manifestaciones. El meme está seguro dentro del refugio del “yo”, incluso contra toda evidencia. “Mis” ideas están protegidas.

 

Entonces empiezan a proliferar. Las ideas que pueden introducirse en el yo, es decir, ser “mis” ideas, o “mis” opiniones, son ganadoras. Por eso todos adquirimos tantas. Antes de darnos cuenta, “nosotros” somos un inmenso conglomerado de memes exitosos. Por supuesto, no hay ningún “yo” que “tiene” las opiniones. Esto es obviamente un sinsentido cuando lo consideras con claridad. Es verdad que existe un cuerpo que dice “Creo que es importante ser agradable con la gente” y un cuerpo que es (o no es) agradable con la gente, pero no hay adicionalmente un “yo” que “tenga” esa creencia.

 

Ahora tenemos una idea radicalmente nueva de quién somos. No somos más que conglomerados temporales de ideas, agrupados para asegurar su propia protección. La analogía con nuestros cuerpos es estrecha. Los cuerpos son creaciones de complejos temporales de genes: aunque cada uno de nosotros es único, los propios genes han provenido todos de criaturas anteriores y, si nos reproducimos, perdurarán en criaturas futuras. Nuestras mentes son creaciones de complejos temporales de memes: aunque cada uno de nosotros es único, los propios memes han provenido todos de criaturas anteriores y, si hablamos, escribimos y nos comunicamos, perdurarán en criaturas futuras. Eso es todo.

 

El problema es que no lo vemos de esta manera. Creemos realmente que hay alguien dentro de nosotros que cree, y que realmente hay alguien que necesita ser protegido. Esta es la ilusión, éste es el sueño del meme del que podemos despertar.

 

Desmantelando el Sueño del Meme

 

Conozco dos sistemas que son capaces de desmantelar los complejos meméticos (aunque estoy segura de que hay otros). Estos sistemas son, por supuesto, también memes pero son, si lo prefieres, memes desinfectantes, memes comedores de memes, o “complejos meméticos que destruyen complejos meméticos”. Estos dos son la ciencia y el zen.

 

La ciencia trabaja de esta forma debido a sus ideales de la verdad y la búsqueda de la evidencia. No siempre se mantiene a la altura de estos ideales, pero en principio es capaz de destruir cualquier falso complejo memético poniéndolo a prueba, demandando verificación o diseñando un experimento.

 

El zen también hace esto, aunque los métodos son completamente diferentes. En el entrenamiento zen cada concepto es sometido a escrutinio, nada permanece sin investigar, incluso el yo que realiza la investigación es expuesto a la luz y cuestionado. “¿Quién eres tú?”

 

Después de 15 años de práctica zen, y mientras leía Los tres pilares del zen de Philip Kapleau, comencé a trabajar con el koan “¿Quién…?” La experiencia fue muy interesante y puedo compararlo perfectamente con el acto de observar a un meme desmontando otros memes. Todo pensamiento que surgió durante la meditación fue enfrentado con “¿Quién está pensando eso?” o “¿Quién está viendo esto?” o “¿Quién está sintiendo eso?” o simplemente “¿Quién…?”. Ver al falso yo como un vasto complejo memético me pareció útil, ya que es mucho más fácil abandonar a los memes transitorios que desprenderse de un yo real, sólido y permanente. Es más fácil permitir que el triturador de memes haga su trabajo si comprendes que lo que está haciendo es desmantelar memes.

 

Otro koan mío cayó ante los memes. Pregunta: “¿Quién te dirige?” Respuesta: “Los memes, por supuesto.” Esta no es simplemente una respuesta intelectual, sino un modo de verte a ti mismo como una construcción temporalmente pasajera. La pregunta se disuelve cuando tanto el yo como el que dirige son considerados memes.

 

He tenido que dar muchas vueltas para responder a mis propias preguntas, pero espero que ahora puedan comprender mis respuestas. “¿De qué debemos despertar?” “Del sueño del meme, claro“. “¿Y cómo?” “Viendo que es un sueño memético”.

 

¿Quién permite que el desmantelador de memes siga su curso? ¿Quién se despierta cuando el sueño memético queda completamente desmantelado? Ah, esa sí que es una buena pregunta.

Referencias

Cavalli-Sforza, L.L. y Feldman, M.W. (1981) Cultural transmission and Evolution: A quantitative approach. Princeton NJ, Princeton University Press.

Churchland, P.S. y Sejnowski, T.J. (1992) The Computational Brain. Cambridge, Mass. MIT Press.

Crook, J.H. (1980) The Evolution of Human Consciousness. Oxford, Clarendon Press.

Crook, J.H. (1995) Psychological processes in cultural and genetic coevolution. En Survival and Religion: Biological Evolution and Cultural Change. Ed. E. Jones y V. Reynolds. Londres, Wiley. 45-110

Darwin, C. (1859) On the Origin of Species by Means of Natural Selection. London, Murray.

Dawkins, R. (1976) The Selfish Gene, Oxford University Press.

Dawkins, R. (1993) Viruses of the Mind. En Dennett and his Critics. Ed. B. Dahlbom, Oxford, Blackwell. 13-27.

Dawkins, R. (1996) Climbing Mount Improbable. Londres, Viking.

Dean, G., Mather, A. y Kelly, I.W. (1996) Astrology. In The Encyclopedia of the Paranormal, Ed. G. Stein, Nueva York, Prometheus, 47-99.

Dennett, D.C. (1991) Consciousness Explained. Londres, Little, Brown & Co.

Dennett,D. (1995) Darwin’s Dangerous Idea, Londres, Penguin.

Durham,W.H. (1991) Coevolution: Genes, culture and human diversity. Palo Alto, Ca., Stanford University Press.

Humphrey, N. (1986) The Inner Eye London, Faber and Faber.

Kapleau, P. (1965) The Three Pillars of Zen. John Weatherhill (y Doubleday, 1989)

Lumsden, C.T. y Wilson, E.O. (1981) Genes, Mind and Culture: The Co-evolutionary Process. Cambridge, Mass., Harvard University Press.

 

(*) Artículo publicado en La Psicología del Despertar: Conferencia Internacional sobre Budismo, Ciencia y Psicoterapia, Dartington 7-10 de noviembre de 1996.

También publicado en La Psicología del Despertar: Budismo, Ciencia y Nuestras Vidas Diarias. Ed. G. Watson, S. Batchelor y G. Claxton; Londres, Rider, 2000, 112-122.

Fuente: https://www.susanblackmore.uk/Chapters/awaken.html

 

(**) Sue Blackmore es escritoria freelance, oradora y locutora, y profesora visitante en la University of the West of England, de Bristol. Posee una licenciatura en psicología y fisiología por la Universidad de Oxford (1973) y un doctorado en parapsicología por la Universidad de Surrey (1980). Sus intereses de investigación incluyen los memes y la teoría memética, la teoría de la evolución, la conciencia, y la meditación. Practica zen. Sue Blackmore ya no trabaja más en lo paranormal. Escribe para varias revistas y diarios, y es una colaboradora y presentadora frecuente en radio y televisión. Es autora de más de setenta artículos académicos, colaboradora en cerca de cincuenta libros y muchas reseñas literarias. Sus libros incluyen: Beyond the Body (1982), Dying to Live (sobre las experiencias cercanas a la muerte, 1993), In Search of the Light (autobiografía, 1996), y Test Your Psychic Powers (con Adam Hart-Davis, 1997). Su libro The Meme Machine (1999) ha sido traducido a once idiomas. Su libro de texto Consciousness: Una Introducción (2003) fue preseleccionado para el British Psychological Society Book Prize. Libros suyos en preparación son: A very short introduction to consciousness (OUP, 2005) y Conversations on Consciousness (OUP, 2005).